
Al otro día le dio el mismo beso y le dijo las mismas palabras. Así hizo día tras día, durante mil noventa y cinco días, todo el tiempo que la esposa estuvo en coma.
Eran José Brasher y su esposa Bárbara. Ella, en una Navidad, había sufrido la ruptura de una arteria cerebral y había estado en coma por tres años. Al fin de tantos besos y de tantos días, Bárbara abrió los ojos y dijo: «¡Feliz Navidad, amor mío!» De ahí que concluyera: «Dios, y los besos de mis esposo, me trajeron de vuelta.» Esta es una verdadera historia de amor. Es más, es una historia de amor, de fe y de esperanza. Bárbara sufrió un coma que duró tres años. Cada día su esposo la visitó en el hospital, y cada día de esos tres años él depositó un beso en su mejilla y una oración en su oído. Y finalmente el amor, la fe y la esperanza dieron resultado. Fue así como Bárbara quedó perfectamente bien.
¡Qué poder tiene un beso! ¡Cómo puede cambiar, en
un momento, la noche en día, la pena en alegría, la lágrima en sonrisa, y la
angustia en gozo! Basta un solo beso —un beso verdadero y genuino amor entre
esposos— para que vuelva la felicidad, se fortalezca el amor, cambie el corazón
y se disipe el dolor. Pero tiene que ser un beso de amor y no de compromiso, ni
de pasión, ni de misericordia ni de complacencia. Tiene que ser un beso que
brota del amor —legítimo, humano y fiel— que llena el corazón de los dos.

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